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02 de Diciembre, 2021 |
#Opinión
Por Joaquín López-Dóriga
(Milenio) Cada día tengo menos dudas, si es que me queda alguna, de que la candidata presidencial de López Obrador es y será Claudia Sheinbaum. Sus reconocimientos públicos son casi cotidianos, solo la menciona para promoverla.
Es ella, entiendan, véanla, es su mensaje para ir construyendo su candidatura y que en su momento caiga como algo natural. Ya las encuestas la colocan en el primer lugar, en línea con la popularidad de su promotor en Palacio Nacional.
Y no es que Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal, sean menos, no se trata de un tema de capacidades personales y políticas, sino de lealtades ciegas, como la que ella le tiene a él, su fiel escudera que ha tomado una decisión que podría parecer de riesgo, pero desde la perspectiva de ambos, no: amplificar todas las declaraciones presidenciales, sean o no de su área o incluso incumbencia: lo que él afirma por la mañana, ella lo propala al mediodía. Me he preguntado si había hecho el cálculo de que si su ejercicio de sincronía y propagación del discurso presidencial le restaba entre los indecisos, pero hay dos factores que respaldan su estrategia: que ese voto ya está perdido y que lo mejor es afianzar públicamente su cercanía con López Obrador y su voto duro vía su identificación total.
Lo que no sé es si su estrategia le sirva para que López Obrador le endose los otros quince millones de electores que creció en 2018 y si éste se los pudiera traspasar. Claudia tiene la confianza ciega de su jefe y la única oposición es la que surgirá desde Morena, Ebrard y Monreal, porque ambos van a estar en la boleta presidencial con Morena, cada día más difícil, o sin Morena, que es a lo que apuntan. Mientras, Claudia va sola.
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